
La pandemia de COVID-19 no solo dejó una estela de víctimas y crisis sanitaria, sino que también sembró las semillas de una desinformación que hoy germina en forma de brotes de enfermedades prevenibles. El sarampión, erradicado en Estados Unidos en el año 2000, ha resurgido con fuerza, y los datos actuales son alarmantes.
En lo que llevamos de 2025, se han registrado más de novecientos casos de sarampión en Estados Unidos, con brotes significativos en Texas, donde se han reportado más de quinientas infecciones y varias muertes de niños no vacunados. Este resurgimiento no es un fenómeno aislado: en Europa, los casos han aumentado diez veces en comparación con el año anterior, con Rumanía como el país más afectado.
La causa principal de este retroceso es la disminución en las tasas de vacunación, impulsada por movimientos antivacunas que han ganado terreno durante y después de la pandemia de COVID-19. Figuras públicas como Robert F. Kennedy Jr., el actual y completamente inverosímil Secretario de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos, han difundido irresponsablemente información errónea sobre las vacunas, auténticas barbaridades acientíficas que incluyen afirmaciones infundadas sobre su composición y efectos secundarios.
Esta desinformación flagrante ha erosionado la confianza en las vacunas, llevando a una disminución en la cobertura de vacunación. En algunas comunidades, las tasas han caído por debajo del umbral del 95% necesario para mantener la inmunidad colectiva, lo que ha facilitado la reaparición del sarampión y otras enfermedades que podrían ser fácilmente prevenidas o incluso que habían sido erradicadas.
Es imperativo reconocer que la vacunación no es sólo una decisión individual, sino también una responsabilidad colectiva. Negarse a recibir una vacuna no solo pone en riesgo a quien toma esa decisión, sino también a quienes, por razones médicas, no pueden vacunarse y dependen de la inmunidad de grupo para estar protegidos. Politizar la vacunación y la salud es una de las mayores barbaridades que podríamos cometer.
La ciencia ha demostrado de manera contundente la seguridad y eficacia de las vacunas. Ignorar esta evidencia en favor de absurdas teorías conspirativas y de desinformación es una actitud irresponsable que pone en peligro la salud pública.
Es momento de actuar con responsabilidad, basándonos en las evidencias científicas y priorizando el bienestar colectivo. Solo así podremos evitar que enfermedades que ya habíamos superado vuelvan a amenazar nuestras comunidades. Es el momento de actuar con responsabilidad.
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